El elemento predominante en esta época es el agua, por eso vivimos tantas emociones y vamos de la alegría máxima a la depresión más severa. Por tanto el color que domina la temporada es el negro. Mientras en el otoño predomina el elemento metal, en el invierno predomina el agua. El metal, propio del otoño, al ser fundido por el elemento fuego se volvió líquido, dando paso al elemento agua.

El otoño, creativo y juguetón con su energía Metal, abre paso al invierno donde su energía fluida y oscura, proponen la reflexión y el balance como un paso hacia nosotros mismos. El invierno es, en consecuencia, una magnífica oportunidad para reafirmar nuestra conexión con la energía más ancestral y, a partir de su sabiduría y las figuras inconscientes, rescatar el verdadero sentido de nuestro último año, a la vez que, intuir la luz en la propuesta para el siguiente.

El agua representa la vida, es la sangre del planeta, representa el 70% de él. Es tiempo de empezar a morir para empezar a vivir. El agua en movimiento (no muy rápido) también representa la riqueza, la abundancia. Las fuentes de agua son simbólicas de las fuentes de riquezas.

La energía del invierno (el agua) propone siempre un viaje hacia la conexión contigo con tu ser, también con tu miedo, como la propuesta renovada año tras año por el universo de ayudarnos a integrar ciclo tras ciclo, siempre nuevas y mejoradas versiones de cada uno de nosotros en las que nuestra visión sea más limpia y nuestro corazón esté más enfocado.

Después de soltar las hojas de otoño, entramos en un tiempo de invernar, igual que hacen los osos. Por tanto es un tiempo de dejarnos fluir, de dejar que lo que soltamos en la estación pasada se vaya. Es el tiempo de entregarnos en manos de Dios. Tiempo de confiar.

Vía: joanmiquel, wrdm, imagenes google